cortesia La Primera
Hace pocas horas, el director de la Biblioteca Nacional, Hugo Neira, dijo que la cantidad de “50 mil libros” saqueados por la soldadesca chilena en 1881 “era un invento de poetas borrachines que se reunieron en el Huáscar”.
Pobre hombre. No sabe que la cifra es histórica y no viene de la arbitrariedad sino de las memorias escritas de don Ricardo Palma (consultables en uno de los estantes del edificio que administra Neira) y de las cartas que el tradicionista le escribió al escondido Presidente don Nicolás de Piérola a lo largo de todo el año de 1881 (hay una edición por Editorial Milla Batres de 1964 y otra, de la misma procedencia, lanzada en 1979). La cita textual de una de sus cartas, como se reseñó en esta misma columna, es la siguiente: “Exceden de cuarenta y cinco mil tomos los que nos han robado”. Y Palma, que era subdirector de la Biblioteca en el momento del saqueo, confirma y aumenta esa cifra cuando, en 1884, entra al recinto y descubre que los chilenos no han dejado 3,000 volúmenes sino sólo setecientos. Con lo que la cifra se eleva a más de 47,000. Pero esos 700 libros no es que fueran respetados.
Middendorf –peruanista de corazón pero observador frío de la guerra– describe así lo que pudo ver después de que las mulas acarrearan el pillaje rumbo al puerto del Callao: “Las salas, tan bien arregladas antes, parecía que hubiesen albergado a criaturas de las divinas Euménides. Los armarios y los estantes estaban vacíos y dondequiera, desparramados por el suelo, se veían montones de libros medio destrozados. Los soldados los vendían a los pulperos y estos durante semanas envolvían los paquetes en hojas arrancadas de los infolios de los Padres de la Iglesia”.
Hay que añadir que Middendorf era un lector asiduo de la Biblioteca Nacional, a tal punto que, durante las primeras semanas de ocupación y gracias a gestiones del embajador alemán en Lima, pudo seguir haciendo consultas en ella. Middendorf menciona la cifra de 60,000 libros los que la institución albergaba. Posiblemente exageró un tanto.
¿Cómo puede desconocer esto el actual director de la Biblioteca Nacional? ¿Con qué derecho habla de “poetas borrachines” que magnifican agravios? ¿Y por qué no hablar de directores de Biblioteca sencillamente ignorantes?
Pero lo más sorprendente es que ninguno de nuestros intelectuales de postín sale a decir algo: un poquito de verdad, una pizca de aclare, una rayita de dignidad y memoria. ¿No hay un Malraux andino por allí? Si Benda habló de la traición de los intelectuales, en esta república del silencio que es el Perú habría que hablar de la deserción de los intelectuales. ¡Neira difama a Palma como heredero indebido de la Biblioteca que el escritor reconstruyó y ningún patricio de las letras dice nada!
Aun admitiendo que la discusión sobre el saqueo y la devolución tenga algo de anacrónica, ante la injuria de borrachín de Neira ¿no es dable, por parte de los cultos, el prurito de la precisión?
Ya nada parece importarle a la llamada “esfera cultural” peruana. Hace unos meses, José Miguel Oviedo, el deslumbrante crítico de los años 60, admitió que tal libro estaba plagado de imperfecciones y ripio pero que, en fin, así era el tal escritor y había que admitirlo. ¡Como si hubiese convertido la crítica en mermelada académica!
Y todos saben qué charco de sinvergüencería deja el rastro del Alfredo Bryce articulista. Todos menos Julio Ortega, otro crítico literario de relumbrón internacional que lo único que ha hecho al respecto es aplaudir a Bryce, elogiar el plagio como arte navajero y demostrar que el cinismo es el ismo de buena parte de la tribu intelectual peruana.
Para no hablar de Gustavo Faverón, el joven prodigio de la crítica literaria, un hombre talentoso, sin duda, pero capaz de escribirle a un adversario intelectual el siguiente correo electrónico, fechado en febrero del 2006:
“¿Por qué tienes esa peculiar fijación con mi vida sexual, Payasito?
¿Todavía te queda el trauma de tu tirada callejera con un flete en la televisión?
¿Es ese rochecito el que te ha vuelto loco?...
Anda, pues, diviértete: si te levantas a algún otro muchachito que sea a puertas cerradas…”
Lo asombroso es que Faverón envió esas líneas indignas desde su cuenta de correos del Bowdoin College, la afamada institución universitaria de Maine donde prestaba servicios al momento de redactarlas.
Y lo increíble es que el adversario no había hablado para nada de la “vida sexual” sino de la “vida social” del señor Faverón. Todo indica que una intervención del inconsciente lo hizo enfurecer hasta mostrar la chaira lumpen que brilló más que su ingenio.
¿Estos son los embajadores de la cultura peruana? A veces pienso que Sendero derrotó al Perú y que impuso, al final, en general, en la tele y en la cultura, en el periodismo y en el empresariado, en la crítica teatral y literaria –con las excepciones escuálidas del caso– los métodos brutales del sálvese-quien-pueda.
Cuando Romualdo y Vargas Llosa se peleaban, salían chispas y el ambiente se electrizaba.
Hoy, a la cultura peruana parece que le hubieran cortado la luz.
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