Cuenta el tradicionalista Ricardo Palma en sus “Tradiciones peruanas” que, en 1835 Lima sufría los efectos del anárquico caudillismo militar, cuando ingresó en la desguarnecida capital «el famoso negro León Escobar, capitán de una cuadrilla de treinta bandidos», y se posesiona del Palacio de Gobierno, donde tomó por asalto el sillón presidencial, retirándose sólo después de recibir una importante suma de dinero de los atemorizados “vecinos notables de Lima”.
Pero esta historia,
como muchas otras del tradicionalista, es una construcción literaria que no se ajusta a los hechos históricos.
Durante la guerra civil desatada en la sierra sur entre el presidente liberal Luis José Orbegoso y el ultra conservador Agustín Gamarra; Lima, la capital, quedó a merced de montoneros, malhechores y delincuentes. Aprovechando el vacío de poder y los conflictos entre caudillos en el Callao, la delincuencia se incrementó notablemente. Los asaltos y robos generaron una inseguridad tal que los vecinos de la ciudad se atrincheraron en sus casonas y por las tardes, antes del anochecer, no se encontraba cristiano alguno en sus calles.
Cuenta Basadre que el malhechor León Escobar fue un bandido que cometió múltiples delitos; por ejemplo, “quitó sus cabalgaduras y sus vestidos, al cónsul inglés Belford Hinton Wilson y al vizconde Eugenio de Sartiges”. Además, hacia diciembre de 1835, generó saqueos y muertes en la capital. Inclusive, hizo un robo de consideración en el domicilio del arzobispo Jorge Benavente y reemplazó autoridades municipales por sus montoneros. Fue el general Juan Francisco Vidal quien ordenó la captura y fusilamiento de este delincuente. Dice Basadre “Las memorias de Francisco Vidal aclaran este episodio, que una muy conocida tradición de Ricardo Palma adulteró”.