En 1827 el presidente José La Mar iniciaba un largo ciclo de gobiernos caudillistas militares.
Fueron
casi 45 años de continuos golpes de estado, cambios de constitución e
inestabilidad política y económica los que marcaron el inicio del Perú
republicano. La ausencia de una élite civil organizada capaz de asumir la
dirección de la naciente república dejó un enorme vacío ocupado por las dos
instituciones hegemónicas de la época: la iglesia católica y los
militares.
A
lo largo de los siglos XIX y XX la tradición militar y la presencia de la
iglesia católica moldearon las estructuras sociales, culturales y políticas del
país. Es así, que esta larga tradición autoritaria ha definido la construcción
del "ciudadano peruano". Por ello, no resulta extraño observar la
predisposición y allanamiento de muchos ciudadanos a la autoridad. Resulta
revelador que la mayoría de peruanos percibe como “mejor gobierno” algún
gobierno militar o autoritario, Odría, Velasco y/o Fujimori son los favoritos.
Como confirman las encuestas de Latinobarómetro (2013) y reconfirmado por
Barómetro de las Américas (2021) los peruanos a nivel regional somos los menos
entusiastas con la democracia, los que más desconfiamos de nuestras instituciones
y quienes estamos dispuestos a apoyar una dictadura antes que una democracia.
La escuela es el principal reproductor de obediencia y autoridad. En términos de Pierre Bourdieu, mantiene una fuerte “violencia simbólica”. En ella existen innumerables elementos autoritarios, desde el profesor que emplea un modelo pedagógico tradicional, centrado en la disciplina “Magister dixit”, hasta el desarrollo de actitudes marciales en las aulas. Este formato de escuela limita cualquier posibilidad de participación, de desarrollo libre de la identidad, de una convivencia saludable pro social y del desarrollo del juicio crítico. En la mayoría de escuelas aún se imponen normas, el corte de cabello, uso de uniforme, castigos o sanciones ante la trasgresión. La idea es mantener un perfil de estudiante que asegure obediencia, orden y disciplina. Desarrollar estudiantes heterónomos, que obedezcan a la autoridad y respeten la norma impuesta. Que no se me mal interprete, no estoy diciendo que una escuela no deba tener normas a lo que me refiero es que los estudiantes, junto con los profesores y personal administrativo, deben construir sus propias normas, de esta forma aseguramos participación activa, valoramos la opinión de todos los actores y es más efectivo el cumplimiento de normas definidas por consenso. Es decir, poner en práctica los valores democráticos.
Otro aspecto, es la infraestructura escolar. Entre los cuarteles militares, los penales y los colegios públicos, arquitectónicamente, no existen muchas diferencias.
En las escuelas existen escasos espacios democráticos como son: auditorios, laboratorios, bibliotecas, campos deportivos de diversas disciplinas, comedores, espacios lúdicos, áreas verdes. Estos espacios facilitan la interacción entre estudiantes, el desarrollo socio afectivo, fomentan una participación activa, desarrollan la autonomía y la libertad individual. Sin embargo, la mayoría de colegios públicos y privados de Lima carecen de estos espacios y si los tienen, su uso es restringido. Algo así como cuando nos topamos con un parque o lozas deportivas de barrio con rejas. Finalmente, resulta ilustrativo que las más importantes reformas educativas de los últimos 60 años hayan sido promovidas por gobernantes militares. Bajo esta estructura autoritaria se pretende formar ciudadanos autónomos, críticos y fomentar una cultura de paz.
Han
trascurrido 200 años desde el inicio de la república y nuestras instituciones
democráticas siguen tan débiles como cuando iniciamos este camino. Términos
como democracia, equilibrio de poderes, independencia entre poderes, siguen
siendo conceptualmente incomprensibles para la clase política y por ende para
la mayoría de peruanos, la participación y responsabilidad cívica están
prácticamente ausentes. El sistema partidario es básicamente una camarilla
política propiedad de alguien que representa intereses diversos, principalmente
patrimonialistas.
Aunque
es complejo definir la violencia, hasta aquí podemos identificar dos tipos: la
primera es la violencia asociada con una agresión física y la segunda la
violencia simbólica como parte de una tradición histórica autoritaria. Es
precisamente esa tradición autoritaria, presente en los diversos espacios de
nuestro desarrollo moral, la casa, la escuela, la calle... la generadora y
justificadora de la violencia. Como afirma el investigador francés Jean-Marie
Domenach: “Yo llamaría violencia al uso de una fuerza abierta o escondida, con
el fin de obtener de un individuo o un grupo eso que ellos no quieren consentir
libremente”. El autoritarismo restringe libertades haciendo uso de la violencia,
esa es su razón de ser y existir.
En
el Perú, observamos que la violencia se incrementa y lo evidenciamos en la
cotidianidad, en diversos espacios públicos: en el tránsito, las colas de los
supermercados, bancos o en las salas de espera de los hospitales. Sin embargo,
lo revelador, es que se trata de una violencia generada y justificada por sus
mismos actores.