Esta película peruana, es una denuncia de los excesos cometidos por las Fuerzas Armadas. Fue dirigida por Francisco Lombardi en pleno contexto de violencia terrorista año 1988. |
"La violencia protagonizada por los grupos terroristas y el Estado peruano entre 1980 - 2000, forma parte de la historia reciente de nuestro país. Más de sesenta mil ciudadanos asesinados quebrantaron todo esfuerzo de integración social y política de la nación peruana. Las heridas aún continúan abiertas, sobre las cuales es muy difícil desarrollar los principios básicos de una democracia real. Aún el Estado peruano, no ha dado muestras reales de un verdadero “mea culpa” sobre los crímenes de lesa humanidad que comprometieron a las fuerzas armadas y a los gobernantes de aquellos años.
Valentín Paniagua tuvo la voluntad política y democrática de reconciliar al Estado con las víctimas de la violencia a través de la “Comisión de la Verdad”. La comisión de la Verdad desarrolló una gran labor, inédita e histórica, pues fue la primera vez que el Estado demostró en la práctica capacidad de escucha, considerando y valorando los testimonios de ciudadanos que padecieron la violencia, principalmente pobres, analfabetos, rurales, marginados. Este esfuerzo académico, humanista y democrático, fue desfigurado años después, fundamentalmente por intereses políticos. Las muertes se convirtieron en controvertidas cifras estadísticas y las recomendaciones de reparación civil en excesivo e inmerecido gasto estatal.
En los últimos años, el desarrollo económico y la estabilidad política que vivimos han permitido la promoción de libertades propias de un país republicano cuya democracia – tantas veces interrumpida – continua en desarrollo. En este marco, los movimientos terroristas del pasado, han trazado la estrategia de hacer uso de “mecanismos legales” para mantener, justificar y difundir su otrora discurso de odio. Si bien una democracia debe garantizar la libertad de expresión, la misma democracia debe ser implacable con quienes a costas de esta libertad busquen difundir un discurso basado en el odio. Movadef es un colectivo seguidor del pensamiento Gonzalo y claro ejemplo del uso de mecanismos democráticos para legitimar una ideología que recoge lo más sanguinario del maoísmo de Guzmán" Comparto con ustedes este artículo del psicoanalista Jorge Bruce"
Por: Jorge Bruce
La lectura del proyecto de ley del “Negacionismo de los Delitos de Terrorismo” merece un debate serio, en la medida que pretende legislar acerca de la memoria de los peruanos. El primer punto discutible es que exista una memoria compartida y sólidamente establecida, acerca de los terribles sucesos asociados a la violencia política desatada por Sendero Luminoso. Si bien somos mayoría quienes pensamos que ese grupo terrorista cometió una cantidad atroz de crímenes, especialmente contra personas vulnerables de los estratos más desprotegidos de nuestra sociedad, a quienes decían defender, es legítimo cuestionarse acerca de las condiciones que explican ese acontecimiento.
Lo contrario implicaría una versión acrítica y monolítica, maniquea, en donde Sendero encarna el mal y el Estado el bien. Esta visión simplificadora obviaría la complejidad y precariedad del funcionamiento de la sociedad peruana, en donde desigualdades seculares permitieron el florecimiento del grupo terrorista, pero también fomentaron–y hasta secretamente alentaron- masacres reiteradas a lo largo de veinte años en puntos alejados de los centros urbanos más modernos.
Y aquí surge el segundo punto de discusión. Sendero no fue el único responsable de esos crímenes. El mencionado proyecto de ley cita abundantemente el informe de la CVR, pero lo hace exclusivamente para referirse a los crímenes senderistas. Esto es a lo que aludía al inicio de este párrafo. Tan negacionista es minimizar o borrar los crímenes de Sendero como los de las FFAA. Todo abuso contra los derechos humanos es un crimen, venga de donde venga. ¿Por qué pergeñar una ley solo para un lado de los perpetradores? Hay aquí un peligroso contrabando que conduce a desaparecer, más bien, las masacres cometidas por militares como Telmo Hurtado o el grupo Colina. Al enfocar los reflectores exclusivamente sobre un lado de la historia, se proscribe la comprensión de un fenómeno de altísima complejidad. En esos años atroces se conjugaron los principales males de nuestra Historia.
El racismo, el desprecio por el otro desvalorizado, su invisibilidad, la violencia en el núcleo de una sociedad compuesta por habitantes de distintas categorías. Solo así se explica que durante tantos años pudieran continuar los asesinatos y torturas en la sierra y selva, en el silencio siniestro de la pulsión de muerte.
Esto no se va a solucionar con leyes que prohíban opinar en voz alta. Es obvio que el proyecto de ley tiene nombre propio: Movadef o cualquier otro sucedáneo de Sendero que surja en estos años. Pero se infiltra la intención de desviar la atención para no mirar en dirección de los militares. En ambos casos es indispensable sancionar a los culpables y reparar a las víctimas. No prohibir pensar y discutir, a criterio del juez. Beatriz Sarlo en un texto reciente (“Tiempo Pasado: Cultura de la memoria y giro subjetivo, una discusión”), cita a Susan Sontag: “Quizá se le asigna demasiado valor a la memoria y un valor insuficiente al pensamiento.” Eso es lo que necesitamos: menos leyes y más debate.
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